Cuando era niño mi madre me hablaba de su padre, es decir mi abuelo, al que no llegue a conocer, ya que falleció antes de que yo naciera. Una de las cosas que me contaba, era la de que mi abuelo era considerado en el pueblo donde vivía «un hombre bueno». Esto significaba que la gente lo tenía en gran concepto y con dotes de ecuanimidad, justicia y verdad.
La gente acudía a él para resolver pequeños problemas y para que fuera testigo en numerosos tratos y contratos. En aquel entonces la palabra dada era sagrada y por tanto bastaba un trato para cerrar un negocio jurídico.
Esta influencia hizo crecer en mi el deseo de estudiar para abogado o para juez.
De joven, cuando tienes que empezar a decidir tu futuro profesional, vi una película que me ha marcado para siempre y que es una de mis favoritas, MATAR A UN RUISEÑOR, protagonizada por Gregory Peck y basada en la novela del mismo nombre escrita por Harper Lee.
Esta película aumentó mi deseo de ser Abogado, con todo lo que ello implica, y con la labor tan importante que realizan para contribuir al estado de derecho, y con ello que exista democracia y libertad.
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